La transformación reciente de Cepsa en Moeve marca un hito significativo en la estrategia de la energética. Este cambio, que incluye no solo un nuevo nombre sino también un renovado propósito, responde a la creciente presión por adoptar prácticas más sostenibles. Maarten Wetselaar, consejero delegado de la compañía, subrayó en una entrevista que los combustibles renovables y la movilidad eléctrica serán fundamentales para sus beneficios a finales de esta década. La afirmación de Wetselaar destaca que el camino hacia la sostenibilidad no es solo una opción, sino un imperativo para asegurar la rentabilidad a largo plazo en un mercado cada vez más competitivo y consciente de la importancia de las prácticas responsables.
Este giro hacia un modelo de negocio sostenible se alinea con iniciativas globales como los Acuerdos de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que han impulsado a las empresas a modificar sus estructuras operativas. Los datos reflejan que las compañías que cumplen con criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) tienden a mostrar mayores niveles de rentabilidad. Según el estudio «Foundations of ESG» de MSCI, las empresas que priorizan estos criterios han disfrutado de mejores rendimientos ajustados al riesgo en comparación con sus índices de referencia, lo que demuestra que la sostenibilidad puede ser un motor de crecimiento económico.
A medida que los inversores se vuelven más exigentes, buscan no solo rentabilidad financiera, sino también un impacto positivo en la sociedad. Sin embargo, medir el impacto de las inversiones ASG representa un desafío considerable. La dificultad radica en establecer cómo estas inversiones contribuyen a aspectos cruciales como la generación de empleo, la reducción de desigualdades o el acceso a servicios esenciales. La necesidad de herramientas objetivas para evaluar el impacto social de las inversiones se vuelve cada vez más urgente, ya que estas métricas pueden influir en la toma de decisiones de inversión y en la dirección futura de las empresas.
Los criterios ASG han cambiado la forma en que se toman las decisiones de inversión. Ya no se trata únicamente de evaluar la rentabilidad financiera, sino también de considerar cómo las cuestiones sociales y ambientales afectan a las empresas y su entorno. Mientras que el riesgo ASG se refiere a los peligros potenciales que podrían afectar a la empresa, el impacto social examina cómo las operaciones de la compañía benefician a las comunidades. Este enfoque dual permite a los inversores comprender mejor el verdadero valor de sus inversiones, más allá de los números en el balance.
Para que la inversión con impacto social sea verdaderamente efectiva, es crucial adoptar un enfoque sistemático que incluya un marco de medición claro. Evaluar las inversiones según su impacto social, monitorizar y reportar los resultados son pasos esenciales para lograr una comprensión adecuada de los efectos generados. Herramientas como IRIS+ y las métricas relacionadas con los ODS ofrecen marcos útiles para esta tarea. Sin embargo, la falta de estandarización en la medición del impacto sigue siendo uno de los principales obstáculos. Abordar esta falta de uniformidad permitirá a los inversores alinear sus estrategias financieras con sus valores, mejorando así la gestión del riesgo y garantizando un valor sostenible a largo plazo.